martes, 28 de diciembre de 2010

La belleza no concursa

La belleza está en los ojos del que mira. Así más o menos reza el dicho, ¿correcto? O sea que, según ese refrán, la belleza es subjetiva. Mi pregunta es: ¿qué tanto? ¿qué tan subjetiva es la hermosura?

¿Será que tenemos parámetros genéticamente predeterminados para definir lo bello y distinguir lo feo? ¿O somos culturalmente condicionados? ¿Cuál de las dos? Hmmm... ¿las dos, tal vez?

Aquí no me refiero nada más a la belleza física de la especie humana, aunque ese es tema basto y suficiente como para escribir un libro. De los que ya se han escrito... No, aquí me refiero a la belleza per se. A lo que consideramos hermoso. A lo que nos atrae sin razón aparente. A las cosas que nos hacen sentir ese algo especial, a los momentos que tocan esa fibra oculta y nos ponen a vibrar.

Atardeceres, amaneceres, sonrisas, la carita de un bebé regordete, un cachorro de oso panda, una flor, un árbol, un carro, una casa, una mujer, un hombre, una pintura, una melodía, una canción, una poesía, una actitud, una forma de caminar, una computadora, el cielo, un delfín, una piedra, un jardín, un libro, una forma de pensar...

Una foto de Venus, un programa de televisión, un show de comedia, una obra de teatro, una película de acción. T O D O. Todo es sujeto a calificación. Feo, o bonito. (Me acordé de un chiste pelado, pero mi madre tiene acceso al blog y prefiero no arriesgar la comida del próximo domingo...) En fin, todo es subjetivo. Podría decir que todo es relativo, para sonar un tanto cuanto post-modernista. ¿Cómo decidimos la diferencia? Ahhh... Esto sí que es un dilema.

La respuesta a mi pregunta, me temo, no es sencilla. Ejemplo: Sandra Bullock se me hace una mujer guapísima, pero a mi sobrino de nueve años ni siquiera le importa saber quién es Sandra Bullock (pobre, es muy pequeño aún...) y a mí me hubiera dado lo mismo a su edad. Esto es, lo que ahora encuentro bello antes ni siquiera lo encontraba, y viceversa, o sea que con la edad la belleza cambia. O el concepto de belleza, da lo mismo. Pero eso es genético, ¿verdad?, hormonal, bioquímico.

Y, ¿qué hay de los gustos adquiridos? Un enólogo egresado de la Universidad de Bordeaux que a los dieciséis años se emborrachaba con el más humilde de los chardonnays californianos (o con Padre Kino) ahora no los tocaría ni aunque su madre fuera secuestrada por el señor de los cielos. Los gustos se educan, cambian, se modifican, ¿porqué? ¿Por qué razón somos capaces de reeducar nuestras preferencias y cambiar nuestros conceptos? ¿Por qué a veces lo bonito se convierte en feo, y lo feo en más feo? ¿Ya ven que la respuesta no es sencilla? La respuesta a mi pregunta necesita expertos en sociología, sicología, genética, biología evolutiva, antropología... Pinchurrientas preguntas que se me ocurren.

Pero, bueno, la pregunta ya se me ocurrió y ahora no la puedo detener. Y muy probablemente tampoco la pueda responder, ni ocultar. De hecho, no estoy tan interesado en la respuesta. Lo que me interesa es el hecho y las consecuencias. Nuestros gustos no están escritos en piedra, no son eternos, no son impasibles. Nuestros gustos cambian, eso es un hecho. Las consecuencias, bueno... las consecuencias son muy variadas, especialmente cuando le damos demasiada importancia a nuestras preferencias y las ponemos por encima de todo y olvidamos que los gustos -nuestras preferencias- cambian. Y peor aún cuando consideramos que nuestra verdad es LA VERDAD. ¿Verdad?

Cuando nos enamoramos de una idea, de un estilo de vida, de una manera de pensar; cuando la belleza de algo nos emociona dejamos -en términos generales- de ser objetivos. Eso es normal. Sólo tenemos que recordarnos a nosotros mismos que esa idea, ese estilo de vida, esa manera de pensar son bellas PARA UNO MISMO, no necesariamente para los demás. Debemos tener presente que los demás tienen sus propios gustos y no forzar los nuestros en nadie más. Una cosa es educar, incluso convencer, y otra muy distinta obligar. Y, por desgracia, eso es lo que pasa cuando los poderosos se enamoran de una idea y tratan de hacérnosla tragar a como dé lugar. Nos obligan a seguir las reglas de su juego sin tomar en cuenta nuestros gustos. Chequen las leyes de cualquier país y verán a lo que me refiero.

Total, ya se le está acabando la batería a mi laptop, me desvié un tanto, escribí un mucho y todavía no llego a ningún lado. Lo que quiero decir, a final de cuentas, es que la belleza es de cada quién. Está en nuestras mentes, es personal, única y siempre cambiante y por lo tanto incomparable. Y si no se puede comparar, a diferencia de las "competencias" de Miss Universo, la verdadera belleza, no concursa.

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