sábado, 23 de junio de 2012

PINCHE GENTE...

APERITIVO

Siempre he querido escribir un libro. Pero tratar de escribir un libro después de haber leído tantos es frustrante. Cuando sabes que hay miles (¿millones?) de personas que escriben mucho mejor que tú, que son más creativas, más hábiles y con más vocabulario que tú, cuesta un ojo y la mitad del otro decidirte a poner en papel tus locuras. Peor aún cuando lo que te inspira para escribir es la estupidez humana (esto debería ser considerado un pleonasmo, sólo los humanos podemos ser estúpidos, ¿no?). Mejor lo dejo en ensayo.


Cada quien tiene su musa. A mí me inspiran los tontos. La estupidez me motiva, no lo puedo evitar. De hecho, creo que todo lo negativo me impulsa. Cuando algo me incomoda, cuando algo me hace sentir mal y frustrado y triste me dan ganas de escribir. Soy un ensayista de lo feo con ganas de convertir lo feo en algo bonito.


Me choca ver basura en las calles, me molesta la ya generalizada descortesía de mis conciudadanos. Se me revuelve el estómago cada vez que veo infomerciales -”INFAMErciales”, les digo yo- que promueven píldoras y remedios maravillosos y me dan ganas de vomitar cuando escucho a mis amigos alabar los “grandes poderes curativos” del polvo de testículo machacado de ardilla siberiana en celo mezclado con extracto de valeriana y aplicado con ungüento de la Tía Chocha. La estupidez me da asco y a la vez me inspira. Me da tristeza ver lo imbécil que puede ser la pinche gente y ver que hay gente que es muy pinche.


Aunque no creo que todo el mundo sea así, sí veo que el porcentaje es MUY elevado. Y el daño que le hemos hecho a los demás ya se está pasando de tueste. Pero seguimos echándole leña al fuego, por brutos. Por brutos y por ignorantes y por estúpidos. Por crédulos y supersticiosos. Es ridículo que tengamos satélites orbitando Mercurio y Saturno, teléfonos celulares, vacunas, luz eléctrica, aviones, helicópteros, cirugías con rayo láser y cuanta maravilla que la ciencia y la tecnología nos ofrecen y al mismo tiempo haya pobreza y hambruna y genocidio y xenofobia al por mayor. Y no sólo la estupidez me motiva, la maldad también. La capacidad del hombre de ser malo -por no decir “mierda”- además de estúpido me asombra. Podemos ser unas verdaderas máquinas de maldad y escudarnos atrás de cualquier pretexto que nos convenga, y la combinación de maldad con estupidez tiene resultados verdaderamente nefastos, ejemplos sobran.


En este ensayo (cuento, “intento” o como lo quieran llamar) voy a despotricar a placer (como normalmente lo hago) y a quejarme de toda esa pinche gente que anda repartiendo estupidez y mierda, unos por ingenuos y otros por gandallas. Voy a ventanear a cuantos pueda, a ver si así se sacuden el mucho o poco polvo de arrogancia que se les haya acumulado y son capaces de reconocer que son parte de esa pinche gente que no ayuda para nada y sí estorba a los demás. Sólo que para eso se necesita valor. Huevos para admitir la verdad. (Por cierto, no pienso detenerme a buscar palabras elegantes cuando lo que quiero decir es una leperada. Van a leer más de una, se los aseguro, si es que siguen leyendo, por supuesto).

Este ensayo podría estar dividido de diferentes maneras, por temas, por ejemplo, pero no sé aún cómo hacerlo. Simplemente estoy dejando que fluyan las ideas, a ver qué sale. Ya después lo arreglaré. Pero, dividido o no, pienso hacer mención de todas las estupideces que pueda. Y ya sé que habrá quien esté pensando: “¿y quién es este estúpido, que cree que puede calificar la estupidez?” No es tan difícil, créanme. Casi podríamos decir que es demasiado fácil. Cualquier actividad humana que tenga consecuencias negativas que afecten a inocentes, es estúpida. Cualquier actividad que se contraponga a la filosofía del actor, esto es, ser incongruente, es estupidez. Cada ocasión en la que nuestras convicciones se antepongan a la razón sin más razón que el capricho, es una muestra de estupidez. Pensar, decir y hacer cosas sin aceptar que nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestros actos tienen consecuencias es estúpido. Exigir respeto a nuestros derechos, sin honrar la responsabilidad que cualquier derecho conlleva, eso es estúpido, y cobarde y gandalla. Divertirse a costa del dolor ajeno, provocar el dolor ajeno, joder por joder, eso son algunas de las estupideces y “mierdeces” de aquellos que llamo “pinche gente”, este ensayo está dedicado a ellos.


PRIMER TIEMPO


Los religiosos a lo estúpido, otro pleonasmo a mi parecer. Y aquí me llevo entre las patas a la mayoría de la humanidad, incluyendo a la mayoría de mis familiares y amigos. Ni modo.


Las únicas personas que tienen derecho (y razón) de ser religiosas son aquellas que han permanecido aisladas de la civilización (me choca la palabrita “civilización”, pero aquí es la adecuada). Somos curiosos y exigimos respuestas, y si no tenemos los recursos y los conocimientos necesarios a la mano es natural que inventemos algún sistema que nos explique los misterios del mundo que nos rodea. Si eres un miembro de la tribu de los Yanomamö, o de alguna pequeña banda de cazadores en Nueva Guinea de los años cincuenta, tienes TODO el derecho del mundo de ser religioso. De hecho, ser supersticioso en esos casos ES NATURAL. Es completamente normal que un niño de seis añitos se trague todas las mentiras que sus papás le digan, es un mecanismo evolutivo de supervivencia. ¿Pero cómo es posible, pues, que haya adultos religiosos en un mundo civilizado? ¿Por qué siguen aferrándose a sus ilógicas, ridículas y retrógradas ideas? ¿En qué momento de sus vidas deciden que ni Santa Claus, ni el conejo de Pascua, ni el ratoncito de los dientes existen, pero que sí hay un Dios omnipotente, omnipresente, omni-todo-lo-que-quieras, creador del Universo?


Las ideas religiosas son de lo más tonto y de lo más hipócrita que conozco. Y cobardes, también. Tengo una anécdota que siempre me ayuda a ver las cosas con claridad al respecto de las posturas religiosas. Un conocido mío, “santo” de la iglesia de Jesús Cristo de los Santos de los últimos días (mormón, pues), con el humilde y amable propósito de aleccionarme en los misterios de las religiones, me dijo en una ocasión: “mira, Lalo, TODAS las religiones siempre presumen de ser las poseedoras de la verdad, y están equivocadas. Sólo los mormones conocemos la verdad”. No he podido encontrar mejor ejemplo de la estupidez de la mentalidad religiosa que éste. Todavía se me enchina la piel al recordarlo. Dogmatismo absoluto en su mejor expresión.


Ver el mundo a través de los ojos de la religión es una reverenda idiotez. En el mejor de los casos es un romanticismo infantil, en el peor... bueno, todos conocemos los extremos de la religión. El filósofo Daniel Dennet, en su libro Rompiendo el Encanto (Breaking the Spell) explica mil veces mejor que yo los mecanismos atrás de las mentes religiosas. Incluso los explica desde un punto de vista naturalista, evolutivo. Sin embargo yo no encuentro justificación para las ideas religiosas en el mundo actual. Explicaciones veo muchas, razones, ninguna. No puedo dejar de pensar que cualquier adulto educado que cobije creencias religiosas no es tan inteligente como podría serlo. Y eso me molesta. Me molesta la idea de que haya gente tonta. Me molesta pensar que unos cuantos años de adoctrinamiento basten y sobren para hundir en el fango las mentes de miles de millones de personas. Y me molesta sobremanera porque yo también fui adoctrinado y al final me pude rebelar y pensar por mí mismo. No fue fácil, pero tampoco fue imposible.


Seguir reverenciando y “pagando tributo” a un grupito de libros escritos por gente supersticiosa, ignorante, hambrienta de poder y además salir con la estupidez de que son libros “morales”, históricos, llenos de lecciones de vida, es una imbecilidad y me da asco. La Torah, la Tanakh, la Biblia, el Corán, el Libro de Mormón, el Poema de Gilgamesh, el Popol Vuh, el Rigveda... cuentos, historias, leyendas, intentos para explicar y darle sentido a la naturaleza y establecer normas y reglas y leyes que en su momento tuvieron su razón de ser. ¿Pero ahora, en el siglo XXI? Es algo absurdo, ¿no creen? Pretextos y excusas para poder seguir siendo estúpidos y gandallas sin responsabilidad alguna. Boletos gratis para visitar el Paraíso. Cobardes justificaciones para destruir y conquistar y someter a nuestros vecinos y echarle la culpa a alguien más. “Dios me dijo...”. Putos. Desde los Aztecas y sus sacrificios humanos hasta la destrucción de las Torres Gemelas, pasando por la venta de esclavos y la violación de niños y niñas en las guerras “Santas”, el maltrato a la mujer y la intolerancia a la homosexualidad, autos de fe y quema de “brujas”, crímenes de “honor”, restricciones y castigos estúpidos, matanzas indiscriminadas, torturas y robos y vejaciones de todo tipo, la mentalidad religiosa ha estado presente, escondida a veces, visible y arrogante en otras, abusiva y cobarde, ignorante y supersticiosa. Y aún así existen miles de millones de personas religiosas. Parafraseando a Voltaire: “La gente seguirá cometiendo atrocidades mientras siga creyendo estupideces”, o lo que es lo mismo, pinche gente... tonta.


Lo que llamo “mentalidad religiosa” se extiende a muchas otras formas de pensar. En principio, cualquier ideología dogmática, supersticiosa o impositiva, encuadra en la mentalidad religiosa. Creer sin pensar, usar el miedo como herramienta de control, negarse a reconocer la realidad, destruir la razón por la fe, todas esas peculiaridades del pensamiento religioso pueden y han sido trasladadas a otras filosofías aparentemente no religiosas, pero la verdad es que son lo mismo, con diferente nombre. A final de cuentas sirven un mismo propósito: el control del pueblo para beneficio del grupo de poder. Y es cagante ver a tanto borrego pastoreado. Insisto, pinche gente.


SEGUNDO TIEMPO


Otra cosa que me pone los pelos de punta son los hocicones. Los que hablan de ovnis y terapias fantásticas y fantasmas y vidas pasadas y viajes en el tiempo y patrones de resonancia y otra bola de jaladas sin tener la menor pinche idea de lo que están diciendo. He conocido a muchísimos de estos (más de los que quisiera) y puedo decir que la mayoría son personas simpáticas, agradables, bien intencionadas y sinceras, pero la neta es que son muy brutos. Muchos de ellos creen que por haber leído un artículo en el Selecciones o un ensayo de un “ufólogo” en alguna oscura y mal impresa revistucha “especializada” ya son expertos en el tema. Curaciones “cuánticas” (guácala, me acordé de Deepak Chopra), zapatos con suelas magnéticas, pildoritas de azúcar con un chorrito de alcohol, extraterrestres provenientes de las Pléyades, duendes y gnomos, piramidología, realidad holográfica, iridología, espiritismo, Ramtha, reiki... Un resto de babosadas pueriles y sin ningún fundamento. Fantasías y supersticiones y sandeces al por mayor. Y un montón de gente hablando de ellas con una convicción absoluta sin saber ni jota de física, matemáticas, estadística, biología, astronomía, fisiología, mecánica cuántica, medicina, sicología, historia, antropología ni de ninguna otra de las ramas del conocimiento necesarias para poder explicar sus alegatos. Todo lo que tienen es su fe, un librillo mal escrito, una imaginación desbordante y CERO PENSAMIENTO CRÍTICO.

Esta misma bola de... mensos son los que se quejan de la industria farmacéutica sin saber que la industria de la medicina alternativa tiene un valor de cientos de miles de millones de dólares anuales. Son los que andan defendiendo a “la vida” pero consumen productos “naturistas” que son responsables de la extinción de especies animales y vegetales. Todo sea por estar más en contacto con la naturaleza. La manga del muerto... Los bocones, además de ser bastante molestos, desinforman a los ignorantes, y eso los convierte en un peligro para la sociedad.

Déjenme aclarar algo, aunque la estupidez me abruma y me acongoja, y la gente estúpida me revuelve el estómago, estoy perfectamente consciente de que no toda la culpa es de ellos. La mayoría (según yo) han sido adoctrinados desde la cuna y forman parte de un sistema sumamente difícil de quebrar. El miedo al rechazo, el miedo al ridículo, el miedo al error son mochilas muy pesadas, no es fácil deshacerse de ellas. A la mayoría de nosotros nos hacen “coco-wash” desde chiquitos y cuesta un huevo quitar de nuestras mentes toda la mierda que nos han metido. Además, nuestros propios mecanismos de defensa nos hacen vulnerables. La confianza que depositamos en nuestros mayores es un mecanismo evolutivo que nos ha permitido sobrevivir y ese mecanismo se extiende más allá de nuestra infancia. Tendemos a aceptar los dictados de la autoridad sin cuestionarlos (a final de cuentas, es la autoridad, ¿correcto?) y a dejar la responsabilidad en manos ajenas con tal de evitarnos problemas, es natural. Romper con los esquemas impuestos por nuestra propia naturaleza y reforzados por nuestras instituciones sociales representa un riesgo que no siempre estamos dispuestos a tomar.


Poco a poco nuestras ideas se vuelven convicciones, y cada vez menos estamos dispuestos a criticarlas, ya no digamos analizarlas. Perdemos la objetividad y con ella la disposición al cambio. Nos hacemos dogmáticos y cerrados. Solamente aceptamos aquello que resuena con nuestras creencias, con nuestra mecánica mental, y bloqueamos el aprendizaje. Le cerramos las puertas al pensamiento crítico, al razonamiento objetivo y, con el pasar del tiempo, afianzamos creencias, convicciones, ideologías. Dejamos de pensar y empezamos a simplemente reaccionar, nos montamos en nuestro macho y no hay poder humano que nos saque de allí. Nos hacemos parte del sistema de control que nosotros mismos inventamos y nos arrojamos de cabeza en una espiral perennemente viciosa. Y está en chino salir de allí. A esto hay que añadirle la pésima preparación académica que ofrece nuestro sistema educativo. Mucha memorización y poco razonamiento. Información anticuada y manipulada, sin actualizar ni revisar. Repito, mucha memorización, con muy poco aprendizaje.


Por eso pienso que los hocicones son un peligro. Engañan a los ignorantes y a los que están mal educados (académicamente hablando). Tal vez sin quererlo, por el simple gusto de farolear y demostrarle a los demás su sapiencia, o porque en realidad están convencidos de lo que dicen, o por brutos, el hecho es que sus palabras pueden (y van a) caer en oídos ingenuos y crédulos y mal educados, y tarde o temprano le van a hacer daño a alguien. Miles de personas mueren antes de lo necesario por andar prestando oído a hocicones y charlatanes (con la diferencia de que los charlatanes sí saben de lo que hablan, pero son unos gandallas abusivos). Ahí está Rita Guerrero, muerta a los 46 años por cáncer de mama, optó por la homeopatía. Sylvia Millecam, danesa conductora de TV, muerta a los 45 años, también por cáncer de mama, prefirió hacer uso de “tratamientos” alternativos (28 en total) que incluyeron electro-acupuntura, homeopatía, sanación síquica, terapia salina y suplementos alimenticios. La desesperación sumada a la ignorancia les quitaron años -y calidad- de vida a estas dos mujeres y a miles más todos los años. Todo por escuchar y hacerle caso a una bola de estúpidos bocones y de pinches charlatanes.

La mentira encierra sus peligros y “la verdad no peca, pero incomoda”, y como no nos gusta enfrentar nuestras verdades, preferimos escuchar mentiras piadosas, así somos. Pero distinguir una verdad de una mentira bien disfrazada está cañón. No se puede ser erudito en todos los temas del conocimiento humano, ser un polímata (me gusta la palabreja) completo, un superfilósofo. Y es relativamente fácil ser embaucado, aunque tengas un Doctorado en Ciencias. Kenneth L. Feder es maestro de arqueología en la Universidad Estatal de Connecticut Central y escribió un libro acerca de los fraudes, mitos y misterios de la arqueología. En su libro el maestro Feder acusa a charlatanes y embusteros de la arqueología y sus fraudes (Atlantis, el hombre de Piltdown, el gigante de Cardiff, el manto de Turín, etc.), sin embargo Feder confiesa como en un momento de su vida creyó en la existencia de ovnis y otras linduras. Su escepticismo se agudizó al leer las teorías de Erich Von Däniken acerca del “astronauta” maya (la estela del Rey Pakal), las líneas de Nazca, el mapa de Piri Reis, el Arca de la Alianza, Stonehenge, las pirámides de Egipto y más. Feder se dio cuenta de la sarta de patrañas y cuentos chinos de Von Däniken porque la arqueología era lo suyo, pero también se dio cuenta de que en otros temas no había sido crítico ni escéptico, y se puso a averiguar más acerca de temas que él no dominaba. Pronto llegó a la conclusión de que Von Däniken no era más que un loquito charlatán (mis palabras, ¿ok?, y, por cierto, Erich Von Däniken ya había sido huésped forzoso en una prisión suiza, por desfalco. Nada más debía algo así como 350,000 libras esterlinas. Lindo el muchacho...) y que probablemente habría más como él.


Efectivamente hay muchos como Von Däniken. Velikovsky, Sai Baba, Deepak Chopra, George Bush, Juan Pablo II, Ratzinger y todos sus antecesores, Hahnemann (el papá de la homeopatía) y una bola más. Y todos tienen un chingo de seguidores. Unos cuantos cabrones hocicones profesionales y un montón de borregos. Deveras... pinche gente.


TERCER TIEMPO


Los gandallas. Los ojetes, prepotentes, abusivos, groseros, descorteses y culeros que se la viven jodiendo por joder y echando lámina todo el tiempo. Esos güeyes que se mueran, he dicho.

El maldito trailero que no te deja rebasarlo en la autopista, nomás por sus pinches güevos. El cabroncete niño fresa hijo de millonario que pone a sus guarros en la puerta de la cafetería para que nadie se le acerque y te tienes que esperar a que atiendan al chamaco para poder comprar tu café. El clásico culero que está grandote y anda armado y dice que tiene cuates narcos y te voltea a ver con cara de “¿qué me ves, puto?”. Los prepotentes politiquillos de mierda, los jefecitos de oficina, los empleados del mostrador de la compañía de Luz y Fuerza (ups, esos ya no están, ¿verdad?), las nefastas asistentes de los médicos de las clínicas del IMSS (de todos los anteriores, al que le quede el saco...), los que se creen superiores porque están güeritos, los racistas, los homófobos, toda la pinche gente que trata mal a los demás de a gratis, los que maltratan a los animales, los que se meten en la fila y se hacen pendejos, los que menosprecian a los pobres, los que ponen su música a todo volumen, todo ese tipo de gente se merece que los amarren de los dedos con cuerdas de guitarra eléctrica y los enchufen un ratito a la toma de corriente.


¿Por qué la falta de respeto? ¿Por qué la descortesía? ¿Por qué hay gente que a huevo tiene que sobajar y humillar y lastimar a los demás?

Hay gente buena y amable y cortés y decente, me consta. Es más, creo que la mayoría de la gente es así. Gente que se dedica a vivir bien la vida, con moral, con valores, con humanidad y humanismo. Afortunadamente existe esa gente. Son los que consuelan al desvalido, los que ayudan al necesitado, los que son buenos amigos, buenos padres, buenos hijos. Gente buena, dispuesta a poner su granito de arena para hacer este mundo mejor. Investigadores, filósofos, médicos, filántropos, enfermeras, rescatistas, plomeros, electricistas, albañiles, maestros, dentistas, secretarias, uno que otro jefe, gente de todos colores y sabores y tamaños. Gente que vale la pena. Lo gacho es que sólo se necesita un gandalla para echar a perder el trabajo de miles de personas buenas. Son como un veneno potente, unas cuantas gotitas bastan para contaminar un par de litros de agua que antes era potable y ahora es letal. De esos gandallas he conocido a muchos, en todos los niveles. Una bola de traumados y frustrados, envidiosos y arrastrados. Pobres -pinches- güeyes...
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POSTRE


Los mojigatos. Mención honorífica pa’ los pudorosos, dizque recatados, espantados y expertos en el manejo de la doble moral. Todos los que se dan golpes de pecho y sacan el flagelo cada vez que oyen palabras “fuertes y altisonantes” como: pene, vagina, ano, pezón, sexo, homosexual, lesbiana, etc. Son cagantes y castrantes. Los que piensan que la homosexualidad es contra-natura, que es una enfermedad “curable”, que es pecado, pero que le andan poniendo el cuerno a su pareja en la primera oportunidad. Los que piensan que los hombres no deben usar aretes o que los tatuajes sólo los usan los criminales, pero que madrean a su vieja cada vez que llegan pedos a casa. Las viejas que critican a las putas por inmorales, pero que le sacan toda la lana que pueden a sus maridos usando el poder de su cuerpo. Los que predican la moral y andan seduciendo chamaquitos a escondidas. Los que andan cuidando a sus hijos de la marihuana pero se ponen unas pedas espantosas y sacan la fusca a la primera “provocación”.


Y los racistas, clasicistas, xenófobos e ignorantes intolerantes que piensan (si es que a eso se le puede llamar pensar) que sólo su tipo de gente merece estar en este mundo. Esos también se llevan una mención honorífica.

Nota: En este contexto, “mención honorífica” equivale a “mentada de madre”.


En especial los que se quejan de ser perseguidos pero que atacan a cualquiera que se les acerque que no sea de su grupo. Gente como los que se dicen judíos (“la comunidá”) y se visten como si estuvieran en los ghetos de Polonia y que se quejan amargamente del racismo y el odio y el holocausto y madre y media más, pero que no permiten que sus hijos se casen con un “gentil”, ¡no mamen! Pinche gente de doble moral...


Esto ya se pasó de ensayo. Me piqué y me he quejado a placer. Si alguien además de mí llega a leer esto será una sorpresa. Y si así sucede, estoy seguro de que me van a criticar y me van a hacer pedazos, y estará bien, se vale. Ni soy perfecto, ni espero serlo. Lo que me interesa es estar en paz conmigo mismo para poder estar en paz con los demás. Ahora que, si también el mundo estuviera en paz, me daría por MUY BIEN servido. Pero esos son sueños guajiros. El control de las instituciones religiosas, el poder de la ignorancia, la ubicuidad de la pobreza, la intolerancia y el odio y la ambición desmedida de los gobernantes y los empresarios están demasiado extendidas y arraigadas. Nuestros hijos no van a ver un mundo en paz, ni nuestros nietos, ni los nietos de nuestros nietos. Pero, tal vez, si seguimos denunciando y señalando y acusando a toda esa pinche gente que solo nos hace daño, tal vez algún día estemos en paz. Tal vez algún día en realidad nos hagamos merecedores de ser llamados, por lo menos, “homo sapiens”.


Tal vez.